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Las fases psicosexuales del desarrollo de Freud

La concepción freudiana de las fases de la evolución de la libido se articula en la medida del avance de su práctica analítica. Es el resultado de una construcción paulatina.

La sexualidad según Freud

En el abordaje de la sexualidad infantil en los Tres ensayos para una teoría sexual, Freud distingue, por un lado, la sexualidad infantil y, por otro, la sexualidad puberal y adulta. Esta última se estructura bajo la primacía de la genitalidad. Entre las dos, existe una especie de “tierra de nadie”, denominada periodo de latencia. Se extiende desde la finalización pregenital (coincidente con la salida del Complejo de Edipo, cinco años aproximadamente) hasta el comienzo de la pubertad donde se pone en juego lo devenido de la etapa final pregenital (après-coup).

La primera característica que observamos en la teoría psicosexual de Freud es que se apoya en las funciones vitales. La naturaleza es autoerótica. Sus fines y las fuentes que constituyen las zonas erógenas son múltiples. El objeto de satisfacción es contingente y variable.

Otra de las novedades en las etapas de Freud es la conceptualización del sujeto infantil como “perverso polimorfo” en la medida en que sus fines y objetos se desvían de los genitales además de disponer de múltiples pulsiones parciales. Cada una de ellas persigue su satisfacción independientemente de las otras.

Las fases pulsionales del desarrollo psicosexual

Como señalábamos al inicio de este epígrafe, la construcción teórica de los estadios que conforman la etapa pregenital es realizada por Freud entre 1913 y 1923.

Los estadios son: etapa oral, anal y etapa fálica, que están articulados a una zona erógena determinada (boca, ano y genitales, respectivamente). La actividad erótica del sujeto infantil se centra en estas zonas.

En la Teoría psicosexual de Freud, en los Tres Ensayos, en su primera edición (1905) Freud describió la sexualidad oral (observable también en el sujeto adulto) bajo la forma de “actos perversos o preliminares” a la unión genital.

Ejemplo de ello en el niño es la succión del dedo pulgar como actividad masturbatoria (reconocido por los pediatras). La succión tiene el valor de “armarse” como paradigma del modo en que la pulsión sexual se satisface originariamente, y, como indicó Freud, apoyándose en la función de nutrición. Su destino posterior, al poco tiempo, es desprenderse del apoyo, independizarse en suma, y alcanzar un placer autoerótico.

 No podemos dejar escapar la observación de que esta experiencia de satisfacción a través de la boca (oralidad) determina un modelo de fijación del deseo en relación a un objeto concreto.

El deseo y su alcance de satisfacción quedan ligados como marca en esta primera experiencia (cuando el niño toma leche, la pulsión que se apoya inicialmente en la alimentación, se independiza donde al placer se constituye a través del sentir la leche caliente, acogedora, que le atraviesa la garganta. Ese tipo de satisfacción será el que busca también cuando el niño llora apelando al hambre).

La fase oral

Una posterior adición a los Tres ensayos permitirá a Freud señalar a la fase oral como la primera modalidad de la organización libidinal, es decir, la primera de las etapas psicosexuales el desarrollo de Freud.

Concurre durante el primer año de vida, donde la fuente erógena es la zona oral junto con la cavidad bucal y los labios, apoyada en la función nutriente. El objeto es el pecho materno y la leche, y el fin es la incorporación del objeto pecho (posteriormente M. Klein nos hablará de \”pecho bueno y pecho malo\”), y desembocará como paradigma de la relación de objeto.

La relación con la madre, de amor, estará bajo la marca de las significaciones obtenidas en dicha experiencia, esto es, la de comer y ser comido.

La fase anal

A la fase oral le sucede la etapa anal. Concurre durante el segundo y tercer año, tiempo atravesado por la adquisición del control de esfínteres. La organización de la libido se encuentra bajo la primacía de la zona anal.

La fase anal es postulada a partir de la observación de rasgos de erotismo anal y del placer en los niños que se deriva del acto de la defecación o de la retención de la materia fecal. En esta fase que se articula a nivel dinámico la dualidad actividad-pasividad.

La primera es denominada pulsión de dominio, que consiste en el despliegue del deseo con fuerza teniendo la dirección de apoderarse del objeto (posteriormente puede ser observada la destrucción por el empleo de dicha fuerza sobre el objeto). Es coetánea con el sadismo, siendo sostenida por la fuente de la musculatura.

Por su parte, la pasividad tiene como fuente la mucosa anal. La relación con el objeto se relaciona con la retención y la expulsión de las heces, que realizando una transposición es equivalente al don y al rechazo.

Freud formula la ecuación de heces-regalo-dinero. Posteriormente, la simbolización de ello tendrá como producción en el adulto rasgos de carácter. Estos estarán vinculados con el orden, la avaricia y la testarudez.

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La fase fálica

Como proceso de construcción de la organización genital infantil, Freud tarda unos años en formular la fase fálica (1923). Acude a su experiencia el descubrimiento de la investigación sexual infantil (la diferencia sexual), cuestión que le permite articular la culminación de la sexualidad pregenital alrededor de los tres a los cinco años.

Esta culminación se aproxima a aquello que después ya hemos indicado en la adolescencia, la precipitación de la sexualidad (après-coup) desde donde se dejó el producto de la fase fálica, y que se encuentra cercano a lo que denominamos la sexualidad adulta. Es la fase donde tiene primacía el Falo.

Para rastrear la idea de falo, nos ubicamos de nuevo en los Tres ensayos. Freud articula dos tesis: La primera es acerca de la libido, Indicando que esta es de \”naturaleza masculina\” (en el hombre y en la mujer). La segunda, postula que la zona de primacía erógena en la niña es el clítoris, equivalente a la zona genital en el hombre (pene). 

 La experiencia de análisis del pequeño Hans le permite situar el concepto de castración. La vivencia de la castración ubica al niño entre la cuestión de poseer el falo o, por el contrario, de perderlo, de estar castrado.

Tanto en los textos acerca de las teorías sexuales infantiles como el de los Tres ensayos considera la sexualidad desde el punto de vista del varón, y a la vez señala \”el interés\” de la niña hacia el pene, la envidia hacia éste y el sentimiento de perjuicio frente a los niños (en la medida de la significación del símbolo, el falo).

Freud elabora la fase fálica en tres artículos: La organización genital infantil (Die infantil Genital organisation, 1923); la declinación del complejo de Edipo (Der Untergangs des Ödipuskomplexes, 1924); algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica de los sexos (Einige psychische Folgen des anatomischen Geschlechtsunterschieds, 1925).

Haciendo una síntesis de la fase fálica, Freud indica que \”el par antitético\” actividad- pasividad (precipitado en la fase anal) se postula en la fase fálica en el par antitético \”fálico-castrado\”. Posteriormente, en el après-coup, ya en la pubertad, la oposición se postulará como masculinidad-feminidad.

Además, la fase fálica es coincidente con el Complejo de Edipo. En la declinación del complejo de Edipo, está atravesada por la amenaza de castración que, a su vez, está estrechamente vinculada a la posición narcisista del niño con respecto de su aparato genital, y de la diferencia de los sexos (la ausencia de pene en la niña).

Otro punto de interés a señalar es la organización fálica en la niña. Igualmente está atravesada por la diferencia de los sexos, de tal forma que ante sus ojos observa una preeminencia del órgano masculino. Al ser privada de ello, ejerce un resentimiento hacia la madre en función de que la hace responsable de su falta. Cuestión que también hace girar a la niña hacia la persona del padre, en busca del órgano (la demanda es que se lo de). Un tercer momento en el Complejo de Edipo en la niña está determinado por la ausencia de esta donación por el padre, lo cual hará que la niña se vuelva a dirigir de nuevo a la madre. 

Esta organización fálica en la niña denuncia la asimetría y diferencia con respecto de la misma evolución en la persona del varoncito. Ambos toman al órgano fálico como objeto de deseo. El clítoris será tomado por Freud como un apéndice fálico (según la fantasía de la niña este apéndice puede desarrollarse).

Esta significación en la niña de la fase fálica no ha estado exenta de \”malos entendidos\” y oposiciones a ella. Dentro de la misma corriente psicoanalítica, provocó discusiones intensas. Por ejemplo, Ernst Jones, K.Horney y M.Klein señalaban la existencia de sensaciones  y conocimiento primario de la cavidad vaginal. Desde esta concepción promovieron la postulación de articular la fase fálica como una formación de carácter defensivo.

El estado de latencia

Posterior a la fase fálica, adviene lo denominado como periodo de latencia. En este tiempo se desarrolla el Yo (constituido por el Edipo también) y los instrumentos para manejar las pulsiones que se precipitarán en la etapa adolescente. El niño estará listo para manejar y distribuir la energía. Será capaz de distribuir la energía pulsional a las estructuras físicas y mentales, no siendo simplemente como una carga de la tensión y su posterior descarga. Esto nos indica que todas las actividades estarán \”cargadas\” de energía sexual. 

La denominación de periodo de latencia es interpretado por Freud como la ausencia de impulsos sexuales, no hay nuevas metas instintivas. Si bien es cierto, por su corroboración posterior por otros autores, que se ha descubierto que en el periodo de latencia se precipita la observación de actividades voyeuristas, masturbatorias e incluso sadomasoquistas.

A nivel dinámico, en cambio, si aparecen ciertos cambios importantes, tanto en el Yo como en la instancia superyoica. Es Otto Fenichel quien hace referencia a esta cuestión señalando: “Durante el periodo de latencia las demandas instintivas no han cambiado mucho, pero el Yo sí”.

El Yo produce un despliegue a través de actividades que tienen un carácter sublimatorio y adaptativo, además de poseer una naturaleza defensiva. Freud (1924)indica que a la vez que se abandonan las relaciones de objeto también son sustituidas por las identificaciones. Una especificación concreta respecto a este periodo es que se gira la catexia de un objeto externo hacia la propia persona.

Si bien anteriormente el niño se ubicaba en una situación de dependencia respecto al reconocimiento por parte de sus padres, ahora en el periodo de latencia pasa a ser un sentimiento propio de autovaloración devenido del manejo y control que tiene su escena especular en la aprobación de los otros exteriores.

Acompañando a estas evoluciones, las funciones del yo adquieren fuerza para oponerse a la regresión. Esto permite que se puedan afianzar actividades del yo como la percepción, la memoria, el pensamiento y el aprendizaje. Como en principio no es un momento de creación de tensiones pulsionales, las funciones que articula el Yo no se encuentran amenazadas.

Los éxitos alcanzados en el periodo de latencia es una condición fundamental para que pueda el niño abordar el siguiente momento evolutivo, la adolescencia. Señalamos algunos de los elementos que se muestran como de primer orden para poder ser alcanzados a la hora de iniciar el camino de la adolescencia.

La adolescencia

Conviene que la inteligencia se encuentre en el punto de poder diferenciarse entre el proceso primario y secundario del pensamiento. Sus manifestaciones serán el empleo del juicio, la generalización y la lógica.

Por otra parte, conviene llegar a la estabilidad con respecto de la comprensión social, altruismo y la empatía. Desde el orden físico, la estatura permitirá la independencia y el control ambiental. 

Aquellas situaciones de la vida cotidiana que se precipitan convendrá que sean manejadas a través de la resistencia a la regresión y a la desintegración. El yo adquirirá la capacidad cada vez mayor de necesitar menos la ayuda exterior.

Estas adquisiciones serán justamente las que favorecerán el que el adolescente pueda enfrentar la energía pulsional que le invadirá. Por ello, se deriva que la inmadurez emocional es producto del dejar de lado alguna meta específica de la fase y sustentarse en aquello alcanzado en la fase anterior (regresión).

El momento de la adolescencia dista bastante del momento preadolescente, desde el estado mental al estado físico. La vida emocional aumenta en riqueza, se dirige a hacerse mayor (quiere ser mayor), y el devaneo continuo de la pregunta acerca de quién es el adolescente. Las relaciones de objeto se precipitan como algo fundamental, su atención es de primer orden.

El monto cuantitativo de las pulsiones aumenta en relación al periodo de la preadolescencia. Se hace evidente el despegarse de la posición regresiva característica en la preadolescencia, favoreciendo el nacimiento de un componente instintivo nuevo, que es la anticipación del placer. Este carácter se presenta como definitivo e irreversible adquiriendo un aspecto de innovación que determinará el desarrollo del Yo.

Podemos hacer una distinción justificada entre la adolescencia temprana y la adolescencia denominada como tal. Posteriormente a la preadolescencia se sigue un periodo de intentos repetidos de separación de los objetos primarios de amor. En la adolescencia temprana retorna la importancia de las amistades idealizadas referentes al mismo sexo. Los intereses y creatividad que se han mantenido hasta estos momentos se sostienen en un perfil bajo y se sobrepone la búsqueda de valores nuevos.

En la adolescencia como tal, concurre un giro decisivo hacia la heterosexualidad, concomitante a una renuncia irreversible y última del objeto incestuoso. Para Katan, este movimiento lo denomina “remover el objeto”.

La intelectualización y el ascetismo se afincan en la fase de la adolescencia como tal. Se hace patente una dirección hacia la experiencia interna y el autodescubrimiento. Su correlato es la experiencia religiosa y el descubrimiento de la belleza en todas expresiones.

También es habitual en la adolescencia el sentimiento de “estar enamorado”, el interés por los problemas políticos, filosóficos y sociales. Se afinca la ruptura con la niñez.

Hagamos la advertencia que, aunque hablemos de fases o momentos, es una abstracción, en la medida en que en el desarrollo los límites son imprecisos. las modificaciones psicológicas fundamentales y los fines que caracterizan a cada fase, en tanto siguen el principio energético del desarrollo, conlleva que las transiciones sean lentas y además con ciertos movimientos de ida y vuelta, como el péndulo de un reloj.

En las fases que le suceden a la adolescencia encontraremos rastros que en principio los habíamos tomado por finiquitados, y en cambio se mantienen por periodos más o menos largos. Estas connotaciones podrían enturbiar el tránsito del desarrollo si lo aplicamos rígidamente.

Tanto en la adolescencia temprana y la adolescencia como tal se precipita un caos bien reconocido. Se produce una profunda reorganización de la vida emocional. Para sustentar la integridad del Yo se despliegan defensas, a veces extremas y habitualmente transitorias. Algunas de estas defensas tienen un valor adaptativo, ayudando a la integración de tendencias realistas, capacidades, ambiciones y talentos varios. La imbricación de estas tendencias se hará necesario para el acceso a la vida adulta en la sociedad.

En la adolescencia temprana y la adolescencia como tal se deposita una serie de predicamentos sobre las relaciones de objeto. La solución de esta cuestión está sujeto a muchas variaciones. Estas determinan de forma original la adultez. Recuerdan a la niñez, por la necesidad del niño de ser amado que se fusiona solamente en forma gradual con la necesidad de dar. Ante la cuestión de recibir, se presenta la cuestión del dar. Es más, para recibir, primero hay que dar.

 También se produce un buen giro en cuanto a la pasividad y la actividad. El adolescente pasa de ser controlado, de forma pasiva, al deseo de controlar cantidades más significativas y abarcativas del mundo que le rodea. En realidad, como indicábamos con el péndulo, de ida y vuelta+, se produce en este campo, la ambivalencia, mostrándose igual para el varón como para la mujer.

Al varón le es propio rebelarse frente al superyó adoptando una actitud de desafío. Dicha actitud es la oposición justamente de las tendencias pasivas, femeninas, que en su día adoptó frente a la figura paterna, inscrito en la trama edípica.

Freud postula dicha cuestión: “no es sino hasta la terminación del desarrollo durante la época de la pubertad que la polaridad del sexo coincide con lo masculino y lo femenino. En lo masculino se concentra la actividad y la posesión del pene; lo femenino lleva como objeto la pasividad. La vagina se valora como un asilo para el pene, es una herencia de matriz materna”.

Una vez más, observaremos el péndulo de ida y vuelta con respecto de las tendencias pasivas y activas. Su permanencia es habitual en la adolescencia. Por el polo materno, sigue suponiendo una atracción para el adolescente de ambos géneros. También concurre que algunos adolescentes adoptan ese lugar pasivo-dependiente de la figura paterna, cuestión que le hace entrar en la dinámica de las pulsiones homosexuales, que pueden ser temporales o duraderos. La relación directamente proporcional se hace evidente cuando decimos que cuanto más pasivo se ubique más desplegará su defensa, a través de fantasías y rebeliones. Se pueden suceder en este impasse las ideas de corte paranoide.

 Este conflicto expuesto, expresa la transformación de los impulsos y la tendencia de situarlos en armonía con el Yo, el Yo ideal, el Superyó y la condición somática de la pubertad. Esta polaridad, actividad y pasividad, se pone en juego con el yo, con el mundo externo y con la relación de objeto. La situación devendrá en la elección de objeto adolescente.

Esta polaridad domina al sujeto tanto en la adolescencia temprana como en la adolescencia como tal. En el mismo sujeto acontece la sumisión y rebelión, la sensibilidad delicada y torpeza emocional, un pesimismo potente, una determinante fidelidad y, a la vez, cambios a la infidelidad. También se van a dar entre ideas atractivas y argumentos absurdos, entre el idealismo y materialismo, dedicación e indiferencia, aceptación e impulsividad rechazante, hambre voraz, condescendencia excesiva y gran ascetismo, exposición física y abandono.

Estos aspectos pendulares son expresión de cambios psicológicos, que como ya hemos indicado no avanzan de forma progresiva ni adecuada ni a un ritmo determinado, sino como es.

Las actitudes de ambivalencia, narcisismo y fijación desarrollan un papel significativo. Durante la adolescencia temprana y la adolescencia como tal conviene que renuncien a los objetos primarios de amor. Hacemos referencia a los progenitores en tanto que ocupen el lugar de objetos sexuales. Esta renuncia es lo que propiciará la búsqueda y aparición de otros.

Durante la adolescencia temprana y la adolescencia como tal las pulsiones toman el camino de la genitalidad. Los objetos libidinales giran de preedípicos a edípicos, esto es, a objetos heterosexuales no incestuosos. Como hemos mencionado, el Yo realizará un despliegue de defensas para proteger su integridad.

Más allá de Freud

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